Emojilandia

El Tajo nace en la Sierra de Albarracín (una excursión que bien merece la pena), pero adquiere su mayor fama y gloria en coordenadas castellanas y portuguesas. A Lisboa llega más engrandecido que Messi tras de una noche de Champions. Imponente, serpenteante, inabarcable…

Lisboa también merece la pena por sí sola, y no sólo por su río, convertido ya en océano. Lisboa es un mirador con vistas al sol, porque en la capital portuguesa, conocida con el sobrenombre de “la ciudad de la luz”, el sol luce de otra manera, o simplemente luce. Cuando el astro rey cae de retirada, es una ciudad lumínicamente discreta. El puente 25 de abril, llamado así en honor al levantamiento militar de la Revolución de los Claveles con el que se fraguó el fin de la dictadura de Salazar, brilla discreto de noche, sólo con las bombillas que dejan entrever su sanfranciscana silueta.

Pero las referencias estadounidenses no acaban ahí. En el aeropuerto, de vuelta a Madrid, nos sorprende la figura de un avión con los mismos colores y serigrafía que el Air Force One. ¿Obama está en Lisboa? No, Google nos lo desmiente de inmediato, pero algo de americano queda en este viaje, en esas casualidades que hacen que un lugar sea capaz de recordarte a otro que jamás has pisado.

Lisboa es una ciudad a la que ya echas de menos antes de abandonarla. Comprendes entonces el carácter melancólico y esa saudade, tan ligada al carácter portugués. Es difícil comprender cómo en una ciudad tan luminosa de día y con un clima relativamente benigno  (“a Lisboa hay que conocerla en primavera”) la tristeza ocupa un lugar tan vip. Quizás, porque como le ocurre a los árboles de la Avenida Libertade, que con sus frondosas copas se juntan hasta tocarse unas con otras sin dejarnos ver el sol por el bulevar, la realidad que brota de su suelo adoquinado a veces impide a sus habitantes ver el sol y todo lo que ello implica.

Lisboa es una joya en constante peligro de extinción, como lo es la belleza humana. En 1755 un brutal terremoto destrozó la ciudad de las siete colinas, y nadie puede asegurar que un episodio así no se vuelva a repetir. Muchas de sus construcciones (las más antiguas) siguen siendo frágiles y un episodio similar dejaría incalculables daños. Por eso los locales se enorgullecen de su belleza, pero sin presumir.

A Lisboa hay que ir con la vista graduada, porque su orografía es perfecta para la contemplación. Miradores, torreones y atalayas por todas partes hacen que la visita se convierta en un regalo constante para la visión.

Lisboa, la ciudad de los tranvías de madera, que hacen que a veces nos creamos un personaje del Ministerio del Tiempo, en la que al atravesar una tienda de vinos te descorchan una botella de Oporto con una sonrisa, en la que la añoranza también deja espacio para la modernidad y el buen gusto en barres, bistrós y apartamentos de estrecha planta. La ciudad más cool de Europa de 2014 según CNN (referencia americana), el lugar en el que, como decía este artículo con el que comenzó parte de nuestro viaje, todo parece otra cosa.

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