Aquello que nos era ajeno

Suenan melodías de despertador, pintan de legañas nuestros rostros y memorizan de nuevo nuestras piernas el camino al trabajo. Poco a poco, la ciudad vuelve a lucir la misma mala leche que el resto del año y se hace más costoso encontrar aparcamiento.

Estamos a finales de agosto, y estas alturas ya hemos escuchado más de una vez esa sonatina de “no volveremos a sentir esas calores hasta el próximo año”. Sin embargo, sabes que en cuanto vuelvas a encerrarte en la oficina, el mercurio volverá a subir y tu único contacto con la playa estará en tu mente y en el fondo de escritorio de tu ordenador.

Sí, he vuelto al trabajo, y como después de cada periodo vacacional, es como si algo de mí se hubiera quedado en esos días y esos lugares. Algo que, de vez en cuando y a traición, siempre vuelve.

Las vacaciones, o “ese periodo en el que por salud física y mental es necesario desconectar de la rutina y vivir experiencias agradables en lugares diferentes a los que tenemos por costumbre ocupar” (si no es así como la Real Academia Española define el término, así debería ser), son historia ya para muchos y si no lo son, acabarán siéndolo más pronto que tarde, y no es porque hoy tenga el día pesimista, sino que es tan real como que el año ya vuela.

En esos días (o semanas si ya has conseguido alcanzar un estatus laboral en el que el término Vacaciones no se limita a un viernes o su lunes posterior) dormimos bien, comemos mejor y salimos del hogar. Salimos a lugares nunca antes explorados, lugares que hasta ahora nos eran ajenos, pero que nunca más volverán a serlo, por mucho que pase el tiempo.

Como traerse al hoy cada mañana, hacemos tras esos días propios ciudades, pueblos, playas y montañas que hasta ese momento sólo conocíamos por lo bien que nos hablaban de ellos personas que ya habían estado allí antes. Así que un día, cogemos el petate, decidimos no ser menos y recorremos mundo, que a falta de ganas de leer como adolecemos los españoles, es una actividad más dinámica y casi tanto o más enriquecedora.

Pero cuando te quieres dar cuenta estás de nuevo en casa, enciendes la tele y ves en el telediario, inmortal por muchos veranos que pasen, a Ana Blanco hablando de la incautación de un alijo de cocaína en ese puerto de Algeciras en el que has estado días atrás, de la subasta de ese cuadro de Dalí que has contemplado o a Perico Delgado narrando el final de una etapa de la Vuelta Ciclista en aquel pueblo que ha dejado de ser ajeno para pasar a ser algo tuyo.

Son cosas del verano, que como sus amores, son fugaces, pero que tras dejar de serlo para convertirse en poso y recuerdo, siempre queda algo en nosotros de ellos.

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