Mirando al este

Es curioso, ¿verdad? Vivimos en una sociedad cuyos avances tecnológicos nos han ido aislando progresivamente de las personas. Y ahora, cuando una pandemia nos obliga a hacerlo de verdad, nos sentimos incapaces y desanimados. Es como si hubiéramos estado viviendo estos últimos años una especie de ensayo para finalmente hacer frente a una situación como esta.

Pensémoslo. Ya habíamos sustituido hace tiempo las llamadas, los abrazos y los besos por mensajes de texto más o menos impersonales, y lo habíamos aceptado con absoluta normalidad. Igual que habíamos aceptado con normalidad compartir con nuestras parejas y familias una serie de televisión antes que un juego de mesa o una conversación. Pero de repente, una imposición, algo que escapa a nuestro control, nos hace recobrar la consciencia de la importancia del roce, del aliento y de las distancias cortas. ¿Quién nos lo iba a decir?

A nadie le importa el aislamiento cuando forma parte de la cotidianidad, otra cosa es cuando viene regulado en las páginas del BOE. Por eso estos días he estado pensando si no es este Covid-19 una especie de llamada divina a la acción para que recuperemos las cosas que habíamos perdido por el camino. Un retorno a las esencias y a las buenas costumbres perdidas.

Quizás cuanto termine este aislamiento volvamos a ver esa quedada de después del trabajo como un compromiso, ese entrenamiento en el parque como un castigo, esa visita a un familiar como un soporífero aburrimiento o esa obligación de ir a tirar la basura como un anacronismo del que Google o Amazon vendrán a salvarnos con alguna APP más pronto que tarde. 


Gente al sol, de Edward Hopper (1960).

Quizás cuando todo esto acabe volverá el aislamiento voluntario al que todos nos hemos entregado en muchos momentos de nuestra vida. Pero ya se sabe, anhelamos lo que no tenemos; y ahora, desde nuestros balcones y ventanas pensamos en aquellos días que nos parecieron una mierda como auténticos oasis de libertad: esa cita que acabó sin que volvieras a saber nada de la otra persona, esa película tras la que saliste del cine con la sensación de haber tirado el dinero o esa noche en la que fuiste al Bernabéu y a tu equipo le metieron cuatro goles. Y es que la vida, al fin y al cabo, se compone de momentos de inadvertida felicidad.

Dice Woody Allen que comedia es igual a tragedia más tiempo, y en este sentido, cuando me ocurre algo malo siempre he intentado, en un ejercicio de autodefensa, situarme en el futuro y procurar comprender cómo recordaré ese momento cuando pase el tiempo. La mayoría de las veces pienso que ese problema que tanto me atormenta en el presente no será más que un mal sueño que ocupará una mínima parte de mis recuerdos vitales, y entonces procuro relativizarlo, pensar en otra cosa y conciliar el sueño a pierna suelta.

Intentemos hacer ahora algo parecido, vivamos esta inaudita situación como una experiencia que un día contaremos a nuestros hijos más como una anécdota que como un trauma. Y mientras tanto, consolémonos un poco pensando que durante estas semanas se están gestando los argumentos de las grandes obras maestras del cine y la literatura de las próximas décadas. Ya lo dicen los chinos, “toda crisis constituye una oportunidad”, y si hay algo que no dejamos de hacer estos días es precisamente mirar hacia el este.

Comentarios

  1. Sensacional reflexión, y como siempre muy acertada. ¿Será el regreso de la humanidad? Permiteme dudarlo. El ser humano olvida muy fácilmente.

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