La belleza de las cosas normales

En otoño de 2019, cuando la palabra “pandemia” era un concepto abonado en exclusiva al terreno de la ciencia ficción, empecé a ver en Amazon Prime la adaptación americana de The Office, la sitcom creada en 2001 por Ricky Gervais y Stephen Merchant en la que se recrea la vida cotidiana de una oficina que comercializa papel. 

Recuerdo aquellos primeros capítulos con una mezcla de sensaciones. Por una parte resultaba inevitable sentir estupor ante las incómodas situaciones creadas por algunos de sus personajes dentro de un mundo que se rige cada vez más por la hipercorrección política, pero por la otra quería saber más sobre los integrantes de esa empresa, pues había algo familiar en cada uno de ellos.


Pasaron las semanas y algunas situaciones entre la ficticia oficina papelera y las de mis trabajos presentes y pasados se intercalaban con cierta similitud, y admitámoslo, bastante gracia. Reconocía en algunos de los exagerados patrones de conducta de los personajes de la ficción ciertas circunstancias de la vida real, y es que la idiosincrasia de una oficina, de una fábrica o de una redacción es increíblemente similar en Madrid, en Scranton o en Sebastopol.


En esas andaba yo cuando, mientras apuraba los últimos capítulos de la primera temporada, mi vida de oficina desapareció por completo por culpa de la pandemia. Sin embargo, ahí estaban los chicos de Dunder Mifflin, al otro lado de la pantalla, dispuestos a llenar el hueco que se abría ante mí por culpa de la falta de contacto social entre fotocopiadoras, máquinas de café, moquetas y salas de reuniones. 


Como en una oficina real, en The Office es imposible resistirse a las filias y fobias por los seres que la habitan. Los que la hayáis visto sabréis de lo que hablo. ¿Quién no ha sentido al mismo tiempo vergüenza y ternura por el inefable director Michael Scott? ¿Quién no ha pensado que sería el peor-mejor jefe que uno podría tener nunca? ¿A quién no ha sacado de quicio el eterno aspirante Dwight K. Schrute al mismo tiempo que ha acabado siendo seguramente uno de sus personajes favoritos? ¿Y a quién no se le ha escapado algún suspiro siendo testigo de la historia de amor y complicidad entre el guaperas Jim Halpert y la siempre dispuesta Pamela Beesly? 


El otro día, y tras casi 190 capítulos, despedí a Michael, Jim, Pam, Dwight y los demás integrantes de Dunder Mifflin con algún que otro amago de lagrimilla, como el que se despide de alguien con el que realmente ha trabajado durante casi año y medio y ha forjado una relación que sobrepasa lo estrictamente profesional. Y es que a pesar de los líos embarazosos y de las tesituras disparadas, las situaciones que se viven en esa anodina oficina americana se sienten como propias, más si cabe a falta de estímulos reales como consecuencia de esta nueva normalidad en la que andamos inmersos desde hace más de un año.


En una oficina cabe un mundo. Sus integrantes encuentran dentro de sus cuatro paredes amistades de por vida, crean vínculos difíciles de romper por muchas dificultades que se interpongan en el camino. Crecen personal y profesionalmente, aprenden a asumir responsabilidades, se equivocan, comparten secretos, ilusiones y temores, se hacen cómplices de sus expectativas, logros y fracasos, y en definitiva, encuentran una razón de ser, algo que ahora todos extrañamos.


Precisamente en esta situación pandémica que nos ha tocado vivir es cuando encontramos sentido a la rutina de la que tanto huíamos cuando todo todo estaba en calma, cuando nada realmente importante nos perturbaba y necesitamos recurrir a la fantasía para dar un toque de picante a nuestras vidas.


The Office es precisamente lo contrario: un canto a la normalidad, al aparente aburrimiento, al día que parece una copia del anterior, al folio en blanco. Quizás por eso en este último año muchos hemos recurrido a ella, a pesar de no ser precisamente una novedad en el catálogo de las plataformas de streaming, convirtiéndola incluso en la serie más vista en Estados Unidos durante el confinamiento


¿El motivo? Necesitamos acordarnos de esa vieja y aburrida normalidad que tanto añoramos. Esa conversación de ascensor, ese “¿qué has hecho este finde?” soltado un poco por compromiso, ese lento discurrir en las reuniones de última hora, ese tira y afloja con un supervisor inflexible, ese chascarrillo con el compañero de la mesa de al lado. Pequeñas cosas ante las que siempre intentábamos escapar pensando que lo mejor estaba en otro lugar. ¿Pero acaso la vida real no es precisamente una concatenación de momento que no publicaríamos nunca en Instagram? De eso habla de The Office, y por eso es tan especial. Porque cuando las cosas se tuercen y echamos la vista atrás, nos damos cuenta que los momentos más felices se esconden habitualmente en las situaciones más cotidianas.



The Office (EE.UU) 

2005-2013. 9 temporadas. 188 episodios.

Disponible en Amazon Prime Video

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