Dalí, un pincel que evita eres

Dalí se confesaba un detractor de los animales y, sin embargo, se dejaba fotografiar mientras le lanzaban tres felinos al óleo. Se definía ateo y, sin embargo, se mostró convencido hasta el último día de su vida de que la propia Ciencia sería la encargada de demostrar la existencia de Dios. Reflejaba en cualquiera de sus obras su distanciamiento y cuasi repugnancia por la figura de la mujer y, sin embargo, encontró en una la mejor de sus recompensas.

Dalí era hombre de contradicciones y por eso fascina a todos. Su exposición en el Museo Reina Sofía ha superado las 700.000 visitas y se ha convertido en la muestra más vista en la historia de Madrid, ciudad que acostumbra a dejarse caer por las pinacotecas casi tanto por sus estadios de fútbol (acción que merece un gesto de veneración vitalicia). Dalí convertiría hoy cada aparición pública en un Trending Topic. Si la red social del pajarito se hubiera inventado medio siglo atrás, tendríamos las excentricidades del de Cadaqués en lo más alto de la lista. Ahora tenemos a Toni Cantó, y bueno… siempre dijeron que las comparaciones fueron odiosas.

Pero de Dalí ya se ha dicho prácticamente todo, y el objeto de este post no es desenmarañar su ya de por sí manoseada figura. Me limitaré a decir que su exposición está a la altura de las expectativas, y que esto, en un mundo que mercadea con las ilusiones, no es nada sencillo. Es fácil dejarse llevar por la desilusión de las pequeñas dimensiones de La persistencia de la memoria igual que el que viene a Teruel se viene a bajo al ver El Torico sin percatarse previamente de que el diminuto no se debe sólo al cariño que le profesamos los de la tierra. El cuadro en sí sólo puede verse en el MOMA de Nueva York, y como ese ejemplo, hasta las 200 obras que completan la muestra y que normalmente cuelgan de las paredes de museos foráneos. Corran pues.

En ellas, se mueven hormigas, amputaciones, deseos sexuales, aparatos de lo más variado y que forman parte de la famosa mitología daliniana. Cabe un repaso inevitable por su relación con Lorca y Buñuel, que hoy sería una mina para La Otra Crónica o Sálvame Deluxe, un tránsito por sus composiciones más figurativas (las colas delante de la Muchacha mirando al mar no se las quitará nadie), un repaso por otra de sus grandes contradicciones vitales: su padre; y entre tanto, curiosidades más naifs, como averiguar que el propio Dalí diseñó una película de Disney que no salió a la luz hasta 2003 porque el pintor acabó mal con la casa de Mickey Mouse, que fue el responsable del decorado para alguna película de Hitchcock, o que diseñó varias portadas para Vogue. Porque Dalí valía para todo, y todos querían una porción del genio como el que quiere una piscina cerca en el mes de agosto.

Hoy, como cantaba Mecano, andamos justos de genios y a cualquier heredero de su genialidad le haríamos trabajar 72 horas seguidas cual becario de la City para ver si nos saca de la crisis. De momento, el éxito de su exposición ha evitado más de un despido. ¿Acaso no es eso una obra póstuma de un genio contemporáneo?

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