Hogarizar

En los últimos años y siempre que he podido, pues no son tantos los veranos que cuento como cotizante, me ha gustado disponer de vacaciones durante el mes de julio para disfrutar de Madrid en agosto como se merece, a menos revoluciones de lo que nos pide el motor de la capital el resto de meses del calendario. Soy de los que prefiere disfrutar la ciudad al ralentí, y quedarse a marcharse con el grueso del éxodo estival. Y es que resulta un gusto difícilmente comparable el pasear por las calles sintiéndote su dueño y señor, siendo sólo el implacable calor de interior el que hace el placer algo más ingrato.

Estos paseos me los doy yo ahora mientras intento convertir un nuevo espacio en un hogar. Hay oportunidades que llegan tentándolas, y en una de esas, servidor encontró la oportunidad de cambiar de casa en el último mes. En este tiempo he convertido el Ikea en el segundo lugar más frecuentado de mi verano, sólo por detrás de la oficina, y muy a mi pesar, muy por delante del chiringuito de la playa. Si los musulmanes visitan La Meca al menos una vez en su vida, el que decide mudarse hace de Ikea su capilla sextina, y de eso no se libra ni Mourinho.

El proceso de hogarización es lento y complejo, y comprende desde localizar el súper que se convertirá en el centro de operaciones alimenticias de cada semana, hasta el cajero de tu banco más cercano o el chino 24 horas más a mano (hay muchos, pero lo difícil es escoger el que te inspira más confianza, ya que tú nunca se la inspirarás a ellos), por no hablar de los cambios de teléfonos, luz y agua. El atrezzo también forma parte de ese proceso de hogarización, pero ni todo el equipo de decoración de Chicote empleado a fondo conseguiría convertir 50 metros cuadrados semiamueblados en un hogar en una semana, porque hogarizar es algo más complejo y personal: consiste en hacer de una decoración tú decoración, y ni todo el dinero de Gareth Bale lo puede lograr, pues ahí se esconden tus viajes, tus recuerdos, tus regalos y un sinfín de momentos que sólo tú has vivido.

El sábado por la mañana, mientras daba los últimos retoques de pintura a unos apliques en estos techos altos que ahora me contemplan en pijama y calzoncillos, andaban hablando en la radio de libros de viajes. En uno de ellos, el protagonista se pasaba más de 40 días encerrado en su habitación (entraba en la categoría señalada porque era un viaje interior, no penséis). El tipo se pasaba horas descubriendo rincones nuevos de su propia casa y en otros casos redescubriendo armarios, estanterías y hasta azulejos en los que nunca antes se había detenido, pues se le suponía una vida más excitante.

Hogarizar es algo así, es saber hasta dónde llega el depósito de agua caliente del baño, saber el truco para abrir una puerta medio encasquillada, el golpecito exacto que hay que dar al microondas para que caliente bien o la hora a la que el portero saca el cubo de basura a la calle. Y en esas, en pleno mes de agosto, uno descubre que la ciudad también se hogariza con cada agosto. Descubre rincones, paseos, edificios que parecían nuevos y siempre habían estado ahí y descubre que Madrid, a bajas revoluciones, sin más motor que las piernas, es una ciudad que pierde todos los peros del que se los pone el resto del año. Ahora soy un peatón dentro de la M-30 y me impulso sin motor, dejándome rodar por la cuesta abajo.

Comentarios