A mi yaya

Hablar de mi abuela es hablar de mi vida, de la nuestra. Muchos no concebimos nuestro día a día sin ella. Siempre ha estado ahí, en mi caso, desde que solté la pinza del cordón umbilical en la bañera, desde que salía de la guardería y me cogía de la mano hasta llegar a la Librería Guillén, en la que me críe. De eso último hace más de 25 años, aunque yo todavía lo recuerdo. Fueron tiempos felices, tiempos que formaron parte de su vida, por eso no quiero recordarla triste, porque triste no era ella.

Recuerdo cuando en segundo o tercero de Primaria, con apenas 7 u 8 años, nos pidieron en el colegio hacer un trabajo sobre uno de nuestros abuelos. Yo la elegí a ella. Y recuerdo como en uno de esos domingos de vermut y cerveza mojada aproveché para conocerla. Porque a los abuelos a veces no se les conoce lo suficiente. Me contó entonces su infancia nómada, una vida propia de quien tenía un padre que acudía allí donde había que levantar un puente o una carretera. Me habló de Los Cerezos, uno de esos pueblos que fue parada en la ruta de esa nómada familia, una parada en la que conoció a mi abuelo Hipólito hace más de 60 años. Me habló de sus amigos de juventud, de la decisión de elegir Teruel en lugar de su natal Valencia, donde seguramente también habría sido muy feliz cocinando arroz al horno con la brisa del Mediterráneo en la cara. Ah, y me habló de su madre, María, a la que todavía hoy muchos sentimos muy cerca, porque se nos fue hace poco tiempo.
Aunque no le gustara que la llamáramos abuela, los que la habéis conocido sabéis el fervor que sentía por sus nietos. Éramos su gran pasión, su orgullo. De mí, el mayor, siempre decía que era su ojo derecho, y la verdad, todavía recuerdo sus carcajadas cuando le pregunté quién era el izquierdo.
Un derecho debería ser también que al nacer, todos tuviéramos un apoyo vital a nuestro lado como el que yo he tenido la suerte de tener en mi abuela. Sabía que todo lo que hiciera contaría con su admiración, y siempre pensé que si todos tuvieran con alguien la relación que yo tenía con mi abuela, las personas serían más felices y más buenas.
Mi abuela era nerviosa, sensible, depresiva, defensora a ultranza de los suyos, inquieta, elegante, coqueta. Era ella, solo ella. Podías sentirte cautivado por su carácter aunque no lo supieras. Aunque tuvieras otro punto de vista, aunque discreparas, aunque pudiera sacarte de quicio. Si te escapabas de su radar, quizás es porque no estabas haciendo las cosas como debieras.
A mí me gusta recordarla vivaracha, alegre, festiva, siempre a punto. La pensaré activa, subiendo la empinada calle de San Miguel a pesar de su maltrecha rodilla, charlando interminablemente con los tenderos de los comercios del centro, perdiéndose entre los puestos del paseo marítimo de Canet buscando un detalle para regalarme. (“A ver cuándo vamos a buscar algo por tu santo”, solías decirme cada vez que expiraba el mes de Julio).
Como tus hijos, yo también he heredado tu sensibilidad. Y aunque a veces eso nos cuesta algún disgusto y más de una decepción, creo que es el mejor tesoro que nos has regalado. Me quedo con las celebraciones familiares a tu lado, con esos viajes en familia, o con esas sobremesas contigo, con Charo y con mi madre preparando la boda de tu hija pequeña. Eran días azules, como diría Machado...
Después los nietos nos fuimos haciendo mayores, y llegaron nuestras novias y novios, a los que siempre quisiste como a unos nietos más. Siempre había una cama o un plato para ellos al lado del nuestro. No sé cómo lo hiciste, pero sin conocerlos a todos, creo que ellos siempre te han querido como si también fueses su abuela. Bueno, sí sé cómo lo has hecho, pero eso queda entre nosotros.
En fin, la conexión contigo no acabará en esta vida. Escribiéndote estas líneas he llorado de tristeza, pero también de alegría. Y eso es la vida: momentos y recuerdos que suben y bajan. Sé que algo de ti llevaré siempre conmigo, aunque sólo sea cada vez que redecore mi casa, que me compre unas velas o que me dé un capricho sin venir a cuento. Somos demasiado parecidos como para olvidarte a la ligera.
Te quiero y te querré siempre, yaya.

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