Cuatro bodas y un funeral

Al 2017 le pedí viajar y en los últimos doce meses he visitado rincones maravillosos que, no por cercanos, tienen menor valor. En un año en el que Tailandia se ha convertido en el Cancún de 1997, yo he dormido junto a las laderas del río Sil, he despertado frente a la Alhambra y he comprado ensaimadas en el pueblo más bello de la Sierra de Tramontana. Patrimonios de la Humanidad muy nuestros que nada tienen que envidiar a los paraísos más lejanos. He conocido también rincones extremeños y manchegos a los que ya siento como propios y he recorrido unas cuantas regiones vinícolas gracias al Club Vignerons de BODEBOCA, del que siempre guardaré un bonito recuerdo a pesar de los madrugones y las jornadas maratonianas. Tarragona, Albacete, Toro, Valencia, Ribera del Duero o Navarra son ahora zonas vinícolas que conozco mejor gracias a elaboradores que me han transmitido su amor por el vino y a los que agradezco los momentos compartidos. 

Y es que de reivindicar lo nuestro va la cosa. Me pregunto si el /prusés/ sería lo que es si supiéramos defender mejor lo que nos une. Defenderlo y comunicarlo sin la vehemencia de Trump pero sin los complejos que a veces parecen acompañarnos a los españolitos de a pie. De complejos y de tradiciones muy nuestras versan precisamente dos de los libros que en este 2017 mejores momentos me han dado: Patria, de Fernando Aramburu, y la recopilación de los Tintos de Verano que durante cinco años Elvira Lindo publicó en El País. Del primero estoy seguro que se convertirá en uno de los clásicos contemporáneos de la literatura española, esperando que se introduzca pronto como lectura obligatoria en los institutos para que nuestros jóvenes no repitan lo que hicieron sus mayores. Del segundo destaco ese sentido del humor tan costumbrista que me gana, un humor que también he disfrutado este 2017 en películas como La Llamada o Muchos Hijos, Un Mono y un Castillo, así como en los hilarantes vídeos de Pantomima Full, uno de mis descubrimientos humorísticos de este 2017. Cada día tengo más claro que el humor es el refugio al que cada día nos abrazamos más personas para desconectar de independentismos y radicalismos de todo tipo. Y si no, ¿por qué sentimos la marcha de Chiquito como si de un familiar se tratase aunque no compartiésemos su forma de hacer reír? 

Pero este año, si hay algo a lo que he sucumbido es al territorio Netflix, mi verdadera Tabarnia. Hay cuatro series que he disfrutado especialmente: Master of None por una cuestión puramente generacional con el protagonista, Stranger Things por ese rollo fantástico que solo explica mi condición de "queridísimo Piscis", Mindhunter porque demuestra que si quieres ser buen poli o periodista también tienes que ser buen psicólogo, y The Young Pope porque me hechizan las obras de Sorrentino una vez asumido su cansino ritmo de narración. Todas os las recomiendo encarecidamente, aunque por supuesto no todas os gustarán tanto como a mí. 

Pero no solo de descubrimientos culturales fue este 2017. También he disfrutado de grandes clásicos, y si hay un clásico en mi universo cultural por antonomasia, ese es Sabina, que este año nos regaló el disco Lo niego todo, el que a mi modo de ver es su mejor trabajo desde el ictus que sufrió en el año 2000. Lo disfruté en carne y hueso en un concierto que vivimos como si fuera el último, porque con estos mitos entrados en edad y en excesos, nunca se sabe cuándo puede llegar el último bis. También volví a disfrutar de clásicos en la pequeña pantalla con las nuevas temporadas de Juego de Tronos, Narcos y House of Cards, esta última ya empañada para siempre por los excesos fuera de pantalla de su protagonista Kevin Spacey, quien nos volvió a recordar la necesidad de separar la admiración personal de la profesional. 

Desvaríos y abusos como los de Spacey han sido los motores de la revolución feminista que auguro y espero imparable. Si para Fundéu “aporofobia” (es decir, la fobia a los pobres) ha sido la palabra del año, la mía ha sido feminismo, una palabra cuyo significado hay que explicar más veces de las que sería conveniente, ya que se confunde demasiado con el antónimo de machismo sin tener nada que ver con él. En este sentido, hay que agradecer que las nuevas generaciones vengan ya con los ideales aprendidos y ejercitados. Solo hace falta ver un rato el resucitado Operación Triunfo para comprobar lo que chavales menores de 25 años tienen asimilado como normal, sin prejuicios que les interfieran. ¡Qué revolución supondría que todos pensáramos y actuásemos igual! 

Precisamente uno de los campos en los que más hay que avanzar en el terreno de la igualdad y el respeto es en el fútbol, otro de mis entretenimientos vitales. Este año los madridistas hemos vivido en nuestro particular Eurodisney, alcanzando lo que yo creía un imposible para la inconstante plantilla blanca: Liga y Champions al mismo tiempo. Los dos principales títulos de la temporada vinieron para Chamartín y, con ellos, las supercopas y el mundialito de rigor. Parecía que era el año de olvidar mediáticamente el sextete azulgrana de 2009 cuando el último Clásico en vísperas de Nochebuena nos amargó el final de un año que parecía tan inmaculado como el ejército de Daenerys Targaryen

Y como antes de que este post se os empiece a hacer largo tendré que dejar a un lado lo superfluo para centrarme en lo fundamental, concluiré destacando que 2017 ha sido uno de esos años en los que, literalmente, ves tu vida pasar. Todos sabemos que la vida transita lenta día a día, lo que ocurre es que normalmente lo hace de forma imperceptible, y necesitamos de acontecimientos que nos sacudan para ser conscientes de su finitud. Este año comenzó con una de las peores noticias que podía tener, la pérdida de mi abuela Maribel, una de las personas que más he querido y quiero en mi vida, mi admiradora número uno y una segunda madre para mi. Hay cosas que ella ya no verá, al menos en esta vida, pero yo la sigo recordando en todo lo que hago. Afortunadamente, lo que no se ha perdido es la familia, la mejor manera de mantenerla viva en espíritu y en recuerdo, y sabemos que ese es el mejor homenaje que se le puede hacer al que ya ha partido.

También ha sido un año en el que mis amigos y familiares coetáneos han empezado a pasar por el altar. María y Guillermo, Carlos y Nuria, Almudena y Rodrigo, y Diego y Tania se dieron el sí quiero con la cara de felicidad que sólo lucen los recién casados. Todos ellos me han hecho vivir algunos de los mejores momentos de este 2017 que va a ser historia en cuestión de horas. A ellos les debo algunas de las mejores fiestas y resacas de un año, que para mí podría titularse como esa peli de los noventa protagonizada por Hugh Grant y Andie MacDowell. Solo espero que en 2018 la comedia le gana la batalla al resto de géneros. 

Feliz año nuevo a todos. Tenemos 365 días por escribir.

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