Cuestión de educación


Hablar del periodista Jordi Évole y su Salvados a estas alturas, y decir algo que no se haya dicho ya, resulta francamente difícil. El reportero catalán estalló precipitado al éxito hace un par de temporadas con su Reiniciando Euskadi, programa que adelantó y vaticinó el fin del terrorismo armado de ETA. A veces, casi siempre, las cosas bien hechas necesitan un puntito de suerte adicional para catapultarse a donde se merecen, y Salvados no fue una excepción. Cuatro días más tarde de la emisión de ese capítulo, la banda terrorista anunciaba que dejaba de matar indefinidamente, y el espacio televisivo se cubrió de gloria. Tuvieron que improvisar un programa especial en 48 horas para emitirlo el siguiente domingo, pero el trabajo agotador mereció la pena. Sabían que tenían la posibilidad de mantener un éxito perdurable y lo supieron aprovechar. Hacer las cosas bien es importante, pero tener el don del lugar y el momento adecuado resulta fundamental.

A partir de entonces, Salvados dejó de ser un espacio residual en la parrilla televisiva para convertirse en un programa admirado, y posteriormente incluso de masas. Servidor, que es habitual seguidor del mismo, le reconoce sus frutos. Ahora, con la audiencia de su lado, especialmente de la más joven, se aprecia una más que notable y cuidada producción y estética. El presupuesto a buen seguro habrá aumentado, y las posibilidades económicas que ofrecerá la cadena a Évole para hacer “su” programa, seguramente no las imaginaba el periodista hace un lustro. Se ha convertido en la niña mimada de La Sexta.

Sin embargo, es cierto que Salvados no está exento de la rigidez propia del código televisivo. Ha dejado de ser un espacio humorístico con tintes de actualidad para ser un programa meramente de actualidad con alguna que otra gota, que sino humorística, al menos es irónica, una gracia más depurada y solidaria con la situación actual del patio. Ante este cambio de rumbo, resulta difícil captar en 50 minutos la completa complejidad de los problemas que aborda, hacerlos entendibles a un público generalista, y encima, convertirlo en un producto ameno. Se le acusa de tratar ciertos temas con una imagen algo sesgada. Pero está claro, Salvados no pretende convertirse en otra cosa que lo que es, una llamada de atención ante las cosas que no se hacen bien, pero sólo eso, una llamada de atención con los datos y los testimonios más sobrecogedores. Código televisivo, nada más. No hay mayor maldad en ello si se conoce el método de trabajo en este medio.  

Con sus fans y sus críticos, Évole volvió al ‘cole’ el pasado domingo. Es una frase hecha, pero que le queda como un guante a tenor del contenido del capítulo: La Educación. El tema preocupa, lo reflejan los datos de share, propios de algún que otro programa del corazón que ha marcado una época en su género. Quiero empezar a crear que la gente ya no se conforma con todo lo que le echan por la pantalla, y que tiene mejor gusto de lo que podíamos imaginar.

El tronco del espacio con el que reapareció Jordi Évole y su equipo fue la comparación del sistema español con el finlandés, paradigma del buen hacer en cuanto a la educación en todo el mundo. Algunos, supongo que los mismos que acusan al catalán de hacer un show sin pretensiones, también pusieron el grito en el cielo asegurando que no se puede comparar ambos modelos teniendo en cuenta los impuestos que pagamos unos y otros. Uno, que ha querido investigar y saber si esto es verdad, ha visto que esto no es cierto. Desde enero de 2012, los que más pagan en España apenas es un 2% menos de IRPF que los más adinerados fineses, y tampoco las clases medias son una excepción, como comprobarás si clicas aquí. Como dice uno de los padres entrevistados por Évole, las diferencias en el pago de los impuestos entre los dos países no es ni mucho menos de dos cifras. Eso quien paga, porque el problema y la gran diferencia radican exactamente entre quienes no lo hacen. España ocupa el puesto número 10 en la lista de países con más fraude con un 22,5% del PIB, Finlandia está en el lugar 87 y el dinero negro es de apenas un 8% de su PIB. Imagínense todos los millones de euros que caben ahí dentro. Cuántas becas de comedor, de libros de texto, consultas médicas y ambulancias se pueden pagar con ellos.

La Educación es una cuestión de Educación, porque no hay pescadilla que se muerda más la cola ni boomerang mejor lanzado que la propia Educación. Y en España, como decía uno de esos padres, se tolera el daño general mientras el interés particular quede intacto. Cambiar esa mentalidad es más importante que cualquier otro logro social. Salirnos de esa comodidad egoísta, y saber que cuando alguien defrauda y con ello impide que en España podamos tener una inversión y un nivel educativo como el de Finlandia, nos perjudica al porvenir de todos. España invierte el 5 por ciento de su PIB en ecuación por el 6,5 por cierto de Finlandia. No somos más tontos que ellos, sólo necesitamos un compromiso común que en el país nórdico es incuestionable. Entonces, como dice esa presentadora cuyo nombre no quiero acordarme, tendremos terracitas, sol, y además, -añado yo- una educación con la que no tendremos que envidiar a nadie.

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