Periodismo por visión



La imagen es triste, confusa, y como periodista, puedo decir que sencillamente lamentable. Ahí están los compañeros que habitualmente cubren la información del presidente del Gobierno; entre ellos, Carmen del Riego, presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid y redactora para La Vanguardia de las andanzas de Mariano Rajoy. Todos, plumillas y fotoperiodistas, miran al televisor, apuntando las palabras de un dirigente que parece hablar desde Afganistán o El Líbano, en una de esas visitas por sorpresa que acostumbran a hacer los jefazos del primer mundo de vez en cuando.

Lo grave es que Mariano Rajoy habla en esta ocasión desde la habitación de al lado en la que están sentados los periodistas. Sí, están por tanto fuera del alcance del presidente, sin poder hacerle preguntas y sin poder captar detalles imposibles de trasmitir por televisión. Ante esta realidad, los compañeros podrían haber disfrutado de una plácida mañana de sábado en Génova, sí, pero en la Génova italiana, o desde cualquier otra parte del mundo. El resultado habría sido idéntico. Es cierto que les habríamos privado de los típicos corrillos propios de citaciones tan calientes como las de ayer, pero señores, si leen estas líneas desde cualquier rincón del mundo, sepan que hoy podrían haber abierto ustedes mismos los diarios más importantes de este país desde el sofá de su casa. Sólo habrían necesitado una tele y un ordenador para ello.

La doctrina política nos ha impuesto estas formas, y los jefes, siguen obligando a sus redactores a acudir a tales eventos “para ver si pescan algo”. Algunos medios, en un alarde de dignidad, decidieron a última hora no acudir; pero de lo que se trata es de no dar cobertura a las informaciones que no permiten el trabajo digno de los periodistas. Es decir, de no informar, no de hacerlo desde la redacción, porque con esas decisiones, lo único que nos ahorramos es la factura de taxi o el billete de metro del redactor, pero no la dignidad del oficio ni de quien lo ejerce.

Cuando Mariano Rajoy decía aquello de “quedo a su disposición”, iluso de mí que seguía el monólogo desde mi casa, pensaba que se lo decía a los periodistas; pero no, hablaba a los integrantes de la cúpula de su partido político. El problema, señor Rajoy, es que a usted no se le pone en duda ahora mismo sólo como jefe de su partido, sino sobre todo, por ser el presidente de todos los españoles, y por lo tanto, a quien de verdad debe estar a disposición es de todos ellos. Si los parlamentarios, y entre ellos el presidente del Gobierno, son los representantes de los ciudadanos en Las Cortes, los periodistas son los representes de la voz, la opinión, y las preocupaciones de los ciudadanos. Ayer, los estrategas del Partido Popular decidieron encerrar a los representantes de la voz del pueblo en un salón aparte. El problema para ellos es que el pueblo ha tomado partido, y en una alarmante mayoría, se cree con más veracidad los papeles de la prensa que las explicaciones que vienen tanto de los despachos de Génova como de Ferraz. A esto han contribuido, por supuesto, los penúltimos casos de corrupción de ambos lados, que nunca cesan.

Rajoy ha trazado para sí mismo una línea peligrosa, que en su momento le costó el puesto a presidentes de Estados Unidos como Nixon. Me temo, que los sospechosos en el tema de los sobresueldos, no van a aportar suficientes pruebas para que la calle se crea de forma mayoritaria su inocencia. Dependerá por tanto de la habilidad de los medios de comunicación para demostrar lo contrario. Si lo consiguen, el paso dado por el presidente, declarando a los periodistas sus mayores enemigos, tendrá para su carrera política fatales consecuencias.

Uno, como ciudadano, sólo quiere que se sepa la verdad del asunto de #lospapelesdeBárcenas. Algo me huele raro en todo ello. Todo el mundo tiene sus intereses. Han pasado cosas extrañas en las filas del PP, como la dimisión fulminante de Espanza Aguirre; nos mandan en la práctica unos señores desde despachos de Frankfurt, Bruselas o Nueva York; es extraño ver a los periódicos históricamente enemistados de la mano en este asunto, y tampoco es frecuente ver a un presidente del gobierno altanero, asegurándonos que ganaría mucho más dinero si no estuviera dedicado a la política.

No pongo la mano en el fuego por nadie. ¿Por la prensa? Ya he dicho que todos tenemos nuestros intereses, y en los despachos de los grandes medios, donde se cuece la portada de mañana, también los hay. Dibujados y definidos los dos bandos, servidor, como simple ciudadano, lo único que quiere saber es si está gobernado por corruptos o debe dejar de leer determinada prensa. Está en juego la credibilidad, el prestigio de políticos y de medios de comunicación; y ambos son imprescindibles en este juego llamado democracia. Si alguno nos falla, tendremos que jugar a otra cosa e improvisar las reglas.  

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