El cazador y la recolectora

Madrid. Viernes noche. La calle huele ya a fin de semana y unas gotas de agua amenazan con estropear la excesivamente suave jornada invernal. No obstante, estamos en enero.


Como no existe oferta que iguale la promesa de unas risas aseguradas, me encaminaba yo entregado al Adolfo Marsillach, donde Nancho Novo interpreta desde hace cuatro temporadas El Cavernícola, obra que le llevó al comediante británico Rob Becker tres años de trabajo y que en España se ha adaptado a nuestros tics. La pieza no había pasado desapercibida para mí previamente; por su durabilidad en la noche teatral madrileña, por su más reciente réplica catalana, por las buenas críticas, las profesionales y, sobre todo, por las más cercanas, que al fin y al cabo son las que siempre acaban equilibrando la balanza a favor o en contra de tu asistencia a un espectáculo castigado por la penúltima subida del IVA.  

Con el gancho de haber sido la obra con récord de permanencia en Broadway y con la garantía de calidad que atesora cualquier producto cosecha de 1988, (me permitiréis reconocerlo) las expectativas a diez minutos de la subida del telón andaban por las nubes. El cómico gallego no defraudó. Nadie puede negarle a Nancho Novo su don para el arte del monólogo, pues memorables son algunas de sus interpretaciones en El Club de la Comedia. Casi una hora y media de soliloquio con la que lejos de hacerse aburrido y repetitivo, el actor nominado al Goya por La Celestina consigue ganarte.

La obra pone en liza la diferencia de comportamientos y caracteres entre hombres y mujeres, un asunto que siempre conduce a enfrentamientos un tanto absurdos cuando en la discusión están presentes especies de ambos sexos. La escena ahonda en los topicazos, como recordaba uno de mis acompañantes. Es cierto, pero su valor es saber trabajar un tema tan manido con una simpatía y una delicadeza pocas veces vista antes. Lo fácil sería que chicos y chicas abandonaran el teatro 90 minutos después de que subiera ese mismo telón entre reproches, pero lejos de ello, la función consigue un efecto embaucador por el otro sexo que sólo la comedia, en este caso con un puntito trascendental, consigue dibujar.

Con esa pinta de macho galaico a la más clásica usanza, Nancho Novo, lanza en mano, retrata distancias genéticas entre ellos y ellas que nadie puede negarle. Traza comportamientos absurdos, cotidianos y divertidos de ambos, y consigue hacerte entender, sin esfuerzos, lo fácil que resulta amar al diferente precisamente por su disimilitud. La historia del cazador, el hombre que basa sus comportamientos sociales en la negociación y en un conjunto de códigos establecidos casi genéticamente entre hombres que las mujeres nunca entenderán; y la recolectora, que basa sus actuaciones en una colaboración que resulta innecesaria y ridícula para el varón, pone en evidencia dos mundos antagónicos en el que el entendimiento es la opción más recomendable a pesar de no ser la mayoría de las ocasiones la más sencilla. Dos mundos programados para estar sometidos a cualquier tipo de malentendido constante, si no fuera porque estamos más obligados y necesitados a entendernos y protegernos de lo que nos gustaría. Y para entender esto último, también es necesario pisar el viejo Fígaro. 

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